- Si de algo estoy segura, es de que te quiero, y de que así
será hasta el fin de mis días. Aunque tú creas que eres un capricho, lo que
digo, lo que siento es sincero. No digas nada. ¿Por qué lo sé? Porque miro tus
ojos y solo veo ganas de besarte, ganas de abrazarte, ganas de sentirte en mí
por la noche y que al despertar estés sobre mi pecho dormida. Que… Cuando
consiga quedarme dormida viéndote, me despiertes dándome un beso en el cuello,
a la mañana siguiente y eso es así. Y dirás ‘Ps… Qué pringada’ pero es lo que
siento y sé que eso ningún chico al que ames, podrá decírtelo con la misma
sinceridad con la que te digo yo. Desapareceré, tras decirte esto, pues.... Lo
he dicho, te amaré hasta el final de mis días. Y éste, no está lejos de aquí.
Te quiero, te amo. Y jamás en mi vida he estado tan segura de algo. – Decía
Adele, con lágrimas en los ojos. – Me encantaría que, una tarde de invierno… Me
dijeses ‘Oh qué frío’ y entonces, quitarme la chaqueta y ponértela por encima,
aunque me muera de frío, sólo para, al volver a casa, abrazar esa chaqueta como
una tonta, porque huela a ti… - Adele bajó la cabeza y Rosalie la miró. – Eres…
muy tonta – Adele cerró los ojos, dejando escapar una lágrimas de éstos – Sí,
pero no volverás a verme. Porque no sé
cómo he sido capaz de llamar a tu puerta. Adiós… - Adele se dio la vuelta.
Rosalie la agarró del brazo impidiendo que se fuese. Cerró la puerta, la echó
contra la pared. La miró a los ojos fijamente mientras se mordía el labio –
Como vuelvas a decir que te vas, te mato – Acto seguido los labios de Rosalie
quedaron unidos a los de Adele, en un beso, que lo marcó todo.
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