Vistas de página en total

Bienvenidos

Quería dar la bienvenida y las gracias, a todos aquellos que visiten mi blog.
Agradecería el comentar alguna entrada, simplemente para saber lo que puedo mejorar.

¡Muchas gracias!
¡Un beso!

martes, 15 de noviembre de 2011

Extra-escolar

Salí de clase, no podía más en dicha tortura.
El olor a porro podría captarse a tantos metros de distancia que supuse que no estarían tan cerca. Me equivoqué, las vi a lo lejos así que preferí ignorarles. Mala suerte, pues habían fichado ya a su próxima víctima. Yo.
Estaba harta de sus insultos y fue con lo que comenzaron. Pasé de ellas. – Ehh, callaros ya, ¿Queréis?- Podía darle tan bajo como quisiera, cada una de ella era más estúpida que la anterior. Se ofendieron. – Oh, la bebé sabe hablar, ya no tendrá que venir alguien a defenderla – Me ofendió, ya daba igual – Sí, yo sé hablar, pero tu sigues sin saber escribir, qué cosas, ¿no? – Una de ellas se adelantó a las otras, mientras tanto las miraba con indiferencia. - ¿Sin saber escribir? – Las miré con superioridad. – Ahá, ¿Lo entiendes? Eeeeeees-criiiii-biiiiiir – Me miraron con odio, pero pensé que era una de sus miradas ‘normal’, así que ni me preocupé. Traté de pasar al lado de ellas, pero una me lo impidió dándome un empujón, mirándome de tal manera, apretando el puño. - ¿Qué pasa ahora? – Dije con ironía, sabiendo que podría cargármela. La miré, con superioridad, ya, no me importaba, los truenos sonaban a mi alrededor, y le rocé el hombro con un dedo con un poco de asco - ¿Sabes qué? Mira, allá ustedes, podríais hacer tantas cosas, de las que jamás pensaréis en vuestra vida, pero tan cobardes seréis que haréis alguna tan vaga que no se os ocurra a una de vosotras, si no las hayáis visto en vuestro entorno. Puedo adivinarlo… - Me hice la sorprendida. – Oh noooo, ¡¡me pegaréis…!! – Ellas me miraron, intentando intimidarme, como lo hicieron durante todo el tiempo. – Anda, mira, pero si sabe lo que le vamos a hacer y todo – Una me puso la mano encima, parecía ser la jefa, era la que hablaba. – Mira tú por donde, que vamos a poder hacerlo sin tener que avisarte, ¿no? – Me reí en su cara. Me hacía tanta gracia su comentario con esa voz de imbécil que tenía… - Aiis, qué graciosa que eres – Aparté su mano de mi. – No me toques, me das asco – Le dije con repulsión, mirándola a la cara. Se crujió los dedos, como si intentase intimidar, sin darse cuenta de que por detrás andaba una profesora, cosa que ignoré, pues me daba igual que se enterase de mis comentarios. – Bulto repelente – Murmuré, a lo que se enteraron. – Perdona, ¿qué has dicho? – Dijo, quería intimidarme pero no lo conseguía como de costumbre. – Perdonada, tranquila – Se alteró, se abalanzó sobre mí, agarrándome del cuello, la profesora, no se daba cuenta pues se metió en una sala común. – Tranquila, no gritaré, puedes matarme, pero seguirás siendo lo que siempre has sido, una vulgar cobarde – Reí irónica, sabiendo que casi no podía respirar. La profesora salió y me vio ahí. Ella me soltó el cuello, dejando la cara libre para a continuación someterme a uno de sus puñetazos, éste me hizo sangre en la mejilla. La profesora corrió hacia mí. - ¡Suéltela Marie! ¡Suéltela ahora mismo! – Le ordenaba, aunque no hacía mucho caso, yo la miraba, sin intento de soltarme, pues me daba igual. – No hasta que no pague todo lo que ha dicho – Me miraba con tanto odio como estupidez que mostraba. - ¿Pagar la desgracia de tu madre? Pobre… Debe de ser… Una tortura tener una hija como tú, ¿no? – Tosía, pues casi ni podía hablar, pero me daba igual. Ella inconformada me acechó con otro de sus puñetazos, éste fue directo a la barriga. Mientras tanto, sólo quedamos Marie, Rose y yo. Rose me miraba con preocupación, pues no podía creer lo que Marie hacía, pero a mi me daba igual, a pesar de no poder respirar. – Puta bollera, ¡Cállate de una puta vez! ¡No sabes ni siquiera hablar! – Reí, a penas sin aliento, sabiendo que de un momento a otro me dejaría sin aire, pues no paraba de apretar. - ¿Crees que esto es un duelo limpio? Jamás me alcanzarías a pegar si no me dejase, imbécil. Seré bollera, pero será mejor ser bollera que una hija como tú, zorra. ¿A cuantos te has tirado ya? Bueno, perdona… Das tanto asco que ni el atrapa-polvos querría follarte. – Me dio tal puñetazo que me tiró al suelo, arreándome de nuevo alguna que otra patada en el costado. Rose se puso a su lado, agarrándola a otro lado, intentando pedir ayuda, pues ya ni me podía mover del sitio. – Déjela… Profesora, tan sólo es una imbécil cobarde que se ha llevado toda mi vida haciéndome eso, no será nada – Sonó la campana, y un corro se formó a nuestro alrededor, a la vez que esto, el director apareció entre la multitud, decidido a llevarse a cualquiera a su despacho. Yo, no podía ir. No me podía mover. Rose se acercó a mi, mientras que el director se llevaba a esa cobarde. – Qué asco de zorra – Dije con la voz muy agotada. Supongo que mi esperanza de vida para mi, había fracasado de tal manera que preferí no mirar a nadie. Aún así, entre la multitud, había gente preocupada, la cuál, Rose no dejaba acercar. – Vamos a llamar a una ambulancia – decía ella con preocupación, a lo que yo me negué en rotundo, jamás subiría de nuevo a una de esas, y no volvería a casa tampoco. – No, no quiero… Ni ambulancia, ni casa, ni nada. Quiero quedarme aquí y seguir… - Tosí, me costaba respirar del dolor que las patadas de Marie habían ocasionado en mis costillas. La profesora palpó éstas con mucho cuidado para ver si me había fracturado, pero no pudo. No quería que me levantase la camiseta, así que la sostuve, mientras los demás volvían a sus clases. – No, no quiero. Déjale, volveré a clase – Ella me miró con preocupación, aún seguía tumbada así que me intentó ayudar a levantarme mientras yo lo hacía. Me senté en el banco más cercano, sabía que no me saldría con la mía, pero no podía perder clase. Me daba demasiada vergüenza, como para estar ahí quieta junto a ella, mirándome con preocupación. – Adele, ¿Estás bien? Deberíamos llamar a un médico – Me alteré. - ¡No quiero ningún puto médico! No saben hacer nada, ¡nunca supieron hacerme nada con exactitud! – Una lágrima recorrió mi mejilla, desembocando en aquella camiseta que notó la gota caer. Me limité a ver al otro lado, sin importarme, ella se arrodilló ante mí. – Déjeme morir, ¿Por qué la ha parado? No sirvo para nada – Los ojos se me llenaron de lágrimas, todo lo decía con dificultad, pues me dolía mucho. Apreté los ojos. Ella me acarició la mejilla, haciendo que éstas se secasen. – Estoy harta de toda esa gente, estoy harta de esta sociedad que se está volviendo una auténtica copia, además de una auténtica mierda, ¡No sirvo para nada! No sé ni cómo aprobar los exámenes, no sé ni cómo saber ser persona… No puedo… ¿Por qué la ha parado? Si no la esquivaba era porque sabía que todo sería así, y que ella no pararía hasta verme tendida en el suelo sin poder respirar y sangrando. ¿Por qué? – ella me miró preocupada, no sabía que decir. – Vamos, tranquilízate… No digas esas cosas. Yo sé que no todo es tan malo como lo cuentas. Yo te ayudaré en lo que necesites, no te preocupes – Negué, con un dolor punzante en el riñón. – No, usted será como todos los profesores, pasarán por mi vida, marcándome su esencia, intentando hacer cosas buenas por mi, ayudándome, pero luego se largará, al acabar el curso se largará y jamás volveré saber nada de usted, como no sé nada de ninguno otro de los profesores. No será diferente, lo sé. Más luego, cuando le vea por la calle, si la veo, no me reconocerá, porque entonces seré una simple alumna del pasado – Negué, entre lágrimas. – Pero eso es lo de menos, no quiero seguir, si todo lo que viene siendo la vida, será así… No quiero seguir… ¡Déjela que vuelva! ¡Déjela que me mate! – Dije llorando, como nunca antes lloré. Me abrazó, nunca había abrazado a un profesor, fue una sensación demasiado extraña, para mi gusto. Pero en ese momento ya me daba igual, necesitaba un hombro en el que llorar. Me olvidé de quién era yo y quién era ella. - ¿Quieres venir conmigo, para regalarte? – Tan amable, como siempre… - ¿Ir? ¿Dónde?- Intrigada – A casa, ¿Dónde si no? – Me encogí de hombros, a lo que ella me guiñó el ojo. – Cogeré tus cosas de arriba, espérate aquí. – Le informé mi conformidad con una media sonrisa, entre dolor. No mucho tiempo pasó cuando ella me trajo mi maleta. – Iremos a mi casa y te tranquilizarás un poco, ¿Está bien? – Asentí, no muy segura, así que le pregunté que qué le dirían a mis padres. Ella me miró, intentando trasmitirme tranquilidad, cosa que en ese momento era imposible. Me sentía tan inferior... Miré al suelo, casi por llorar, así que desvié la dirección, mirando hacia otro lado, estaba tan observada que quise intentar no hacerlo. Fue otro de mis intentos fallidos, suspiré apretando los ojos. Me aferré al banco, llena de dolor. - ¿Puedo hacer algo? – Ella me miró con indecisión, y me dijo que nos fuésemos de allí, creí que vio mis intenciones. - ¿Qué te hizo ella? – La miré, con lágrimas en los ojos, llena de rabia. - ¿Y qué no me ha hecho ella? ¿Qué no hizo? Lo único que le ha faltado es matar a mi familia… - Resoplé. Ella me secó las lágrimas.

Llegamos a su casa, tras mucho alboroto al andar. No podía, me costaba tanto. Ahora que había sobrevivido a la paliza a la cuál pensaba no responder, me entraban ganas de responderle y engancharle como nunca lo hice. ¿La razón? Todo lo que esa zorra le hizo a mi vida. Me mordía el labio, casi me dejé los dientes marcados. Ella me ayudó a sentarse en su sofá, era una casa preciosa, muy colorida. Inspiraba familiaridad y me parecía bastante cómoda. Pero no hizo que me sintiera mejor. Sentí como el pinchazo de la costilla se hacía cada vez mayor y parecía manchar sangre, pero mirando mi camiseta no encontraba resto de ésta. Apretando los ojos del dolor y la rabia sentida, Rose me miraba. - ¿Estás bien, Adele? – Asentí, con la mano puesta en el costado. – Déjame verlo, por favor – Se acercaba a mi, preocupada, me negué, pero me dolía tanto que no podía oponerme a que me levantara la camiseta para verlo. – Déjale, no es nada – Ella miró con asombro, pues tenía un gran cardenal, entonces comprendí el dolor agudo sentido, pero me dio igual. – Déjale, en serio, no duele… - Mentí, como siempre cuando me pasaba algo grave, o molesto, me salieron lágrimas. Ella me miró, sin creerme, e intentó hacer que me tumbase, como era normal, no podía hacer fuerza, así que me dejé llevar por ella. – No, por favor, no necesito atención, está bien, no duele…- Me salían las lágrimas, me recordó a la última vez que pasó. Rose me miró, yo no era capaz de mirarla a la cara, puso sus manos sobre mis mejillas intentando secar mis lágrimas. – No quiero que se preocupe por mí, por favor – Ella negó. – Lo haré, quieras o no. Cuéntame, qué te pasó con esa chica – Mencionaba mientras que me ponía en el costado algo frío que no pude visualizar con exactitud. – Me ha destrozado la vida siempre que pudo… No quiero saber nada más de ella… Deseo verla muerta, porque si no lo está ella, lo estaré yo… Y me va a dar igual cuál de las dos muera, pero una lo hará muy pronto… - ella me miraba con preocupación, parecía que estaba muy preocupada, se sentó a mi lado, le hice hueco ante mí, intentando ponerme sentada, cosa que no me dejó. – No seas así… ¿No podéis hacer las paces? – Mordí encías. – Jamás haría las paces con alguien que desde los siete años ha estado tras de mí para incordiarme, e intentar hacerme daño hasta no poder más… Jamás haría las paces con alguien que a la edad de trece años, me amenazó con un cuchillo en medio de un recreo por tal de darle el bocadillo. No, jamás haría las paces con alguien que a la edad de 14 años me perseguía por la calle, me tiraba a los charcos y se reía de mí, diciéndome que era ridículo que fuese bollera, y que mi estancia era ridícula, que debería morir, yo, y toda mi familia, ¿Sabes? Jamás haría las paces con alguien como ella. Yo moriré, pero ella, sufrirá en el momento en el que yo esté muerta, pues mi espíritu sólo hará perseguirla hasta que se vuelva loca y sufra. Sufra como yo lo hice desde los siete años… - Lloraba, contándole todo, no podía resistir, imaginándome cada una de las cosas que me hizo cuando pequeñas. – no quiero hacer las paces con esa zorra. No quiero volver a verla en mi vida, quiero matarla… porque o es ella, o soy yo… - Ella me abrazó, yo me dejé, apretando los ojos, tosía. Lloraba, casi quedándome sin respiración, me senté, no podía estar acostada y aunque me doliese, me daba igual. – Por su culpa… Llevo siete intentos de suicidio y nueve psicólogos distintos, ¿Sabes? Ya me da igual lo que digan… No intento llamar la puta atención, ¡Quiero matarla! Pero no quiero que me acusen por homicidio… Sufriría entonces yo… Y eso no sería lo correcto… - Me agarré la muñeca con una mano, mientras ella me miraba con preocupación, secándome las lágrimas. Decidió que lo mejor sería cogerme la mano y besarme la frente. - ¿En serio? – Asentí, entre lágrimas. – Jamás pretendía llamar la atención, simplemente quiero morirme, y lo digo, porque ya me da igual lo que penséis. ¿Quieres pensar que llamo la atención? Piénsalo, ya qué más da, este año no tardaré en morirme… Me acercaré a ella y a sus putas discípulas y haré que me peguen, para así, que no tenga que hacer trabajo inútil. Al menos así les culparían… - Suspiré con las mejillas encharcadas. Me miró la mano y más tarde a los ojos. - ¿Es por eso que siempre llevas pulseras? – Asentí, ¿por qué si no iba a ser? Quiso verlos, y me negué. Ella me cogió la mano y apartó a un lado las pulseras, eran heridas tan recientes que podía verse casi ni secas. Dolía muchísimo, pero me daba igual. -¡Máteme ya! Necesito morir, no quiero sufrir más… ¡Dile que me maten! ¿Por qué la paró?- Ella me puso un dedo entre mis labios y yo la miraba con lágrimas. – No llores, Adele… A veces no lo vemos, pero existen miles de razones para seguir adelante, y si tienes mil y una razones para llorar, tendrás mil y dos razones para sonreír, y si la tristeza abunda, con una cosa que te haga feliz, a veces bastará para que la vida cobre sentido, aunque duela, sí, porque duele, ya que la vida no se trata de andar por un sendero que tú hayas elegido, no. La vida te lleva por el sendero que ella elija… Que hay muchas piedras, muchos pinchos y árboles con los que te chocas, pero ¿Sabes qué significa? Que más atrás, allí a lo lejos hay una cima de una montaña donde te esperará alguien, que ha sufrido lo mismo que tú, y con la cual serás la persona más feliz del mundo, o si no, esa persona, sabrá cómo ayudarte a serlo – Me quedé embobada mirándola a los ojos, pues no sabía qué hacer. No supe que decir así que me limité a bajar la cabeza y a arrepentirme por lo que había hecho, aún así, mis ganas de morir no habían cesado. – Mi cima no existe, mi cima se derrumbó hace un año, con una pequeña felicidad que recobraba el nombre de un animal…- Rose se mordió el labio, cosa que me puso aún más nerviosa. – A veces no sabemos cómo ver la cima, sin darnos cuenta que la felicidad está delante de nosotros. Pero en ocasiones es tan imposible alcanzarla por las limitaciones que nos ofrece el mundo, que no lo vemos… - Suspiró, no capté lo que quiso decirme, aunque sí el contexto. - ¿Qué tipo de limitaciones?- Pregunté con intriga. – Sí, como la pérdida de un trabajo, el rechazo social. Son tantas cosas que no sabría por donde seguir ahora mismo… - Suspiró mientras me miraba a los ojos. – Lo siento… ¿Puedo ayudarla en algo? – Me miraba con un brillo diferente en sus ojos, me agarró del mentón mientras me hablaba. – No te preocupes pequeña… Jamás nada sería posible, así que limítate a sentirte mejor. Y si lo necesitas, yo te ayudaré… Te prometo que para el año que viene, no será un adiós ni mucho menos… El instituto no me permite tener este tipo de charlas en este tipo de sitios con alumnos, así que el año que viene no queda otra que ser mejor, ¿no? Tú no te preocupes por nada… Todo… estará bien… ya verás… - Me decía con dificultad, no sabía si creerla. Pero me limité a hacerlo, o al menos a intentar hacerlo. – Todos parecían decir lo mismo, así que dará igual, te olvidarás de mí y de todos mis compañeros, antes de lo que piensas… - Me encogí de hombros y ella negó rotundamente lo dicho. – Jamás podría pasar de ti, pequeña… - Suspiró. – si lo hiciese, sería culpa de el trabajo… - Le miré, recordé la temática que en ese mismo instante estábamos dando en ética. - ¿Darás la culpa al trabajo? Entonces no serías del todo libre, al menos eso dijeron en ética, la semana pasada… Pero dará lo mismo, ya verás como te olvidarás de mi nombre y de cómo soy, confía en mí, todos lo hicieron… - Repetía una y otra vez. – Pero es que resulta que YO, no soy otras. Resulta que yo, soy yo, y tú, eres tú- Seguía sin creérmelo. – Sí, yo, soy yo, y tú eres tú, pero no quitará que yo sea la misma para ti que para otra profesora. Me olvidarás como todos y lo sabes… -
No conseguía comprender sus palabras, pero podía captar el nerviosismo que sus ojos reflejaban, no era el mismo que cuando estaba dando clase con los demás, era otro tipo de nerviosismo, pero no supe qué pensar. Ella se acercaba mientras me miraba a los ojos, me besó con lentitud la mejilla. – Te prometo que no… - Alzó su mejilla, como si supiese que eso siempre me hacía confiar, no supe que hacer, pero respondí al impulso de alzarlo y enlazarlo. - ¿Por qué no lo harás? – Supuse que sería una mentira más de otro profesor, pero no conseguía descifrar del todo sus palabras. – El año que viene lo sabrás… - Fruncí el ceño. - ¿El año que viene? El año que viene no sé dónde estaré… Será mejor que me entere ahora… - Suspiré, ella, parecía que lo comprendió todo. Se acercó con lentitud a mi rostro, hasta poner su frente con la mía. Vale sí, fui imbécil, no me di cuenta de nada hasta ese momento en el que miré a sus ojos tan de cerca. – No puedo hacerlo… Compréndeme… - Le miré, sin importarme nada de lo que pasase. – Nadie se enteraría de nada, lo prometo… - Alcé mi meñique y ella me miró con inseguridad, aún así, lo enlazó con el mío. – Podrían echarme de mi trabajo y denunciarme, ¿Lo sabes? – Asentí, sabía sobre ello. Pero me daba igual, sabía que nada malo podía pasar si me callaba. No sabía qué pasaba del todo, pero sabía que sus antiguas palabras de ‘limitaciones’ habían recobrado en un segundo todo su sentido. – Jamás diré nada… - Me miró a los ojos, y yo muy nerviosa no dejé de hacerlo. - ¿será nuestro pequeño secreto?- No deslacé su dedo del mío, lo alcé y murmuré. – Nuestro pequeño secreto- Ella se acercó a mi, con lentitud. Estaba tan nerviosa que notaba como el corazón se me saldría por la garganta de un momento a otro. Sus labios rozaron los míos, apreté los ojos pues tenía mucho miedo y de éste salieron dos lágrimas. Ya en sus labios, a punto de besarla, oí su voz murmurar un ‘te amo’. Sonreí, sin querer separarme de sus labios. El dolor de mi costilla no era inferior, pero el dolor de mi corazón, casi sentí que podía cesar.

Att: Aje 15/11/11